La apreciación de “buscador espiritual” implica una extraña segmentación en nuestra cultura occidental. ¿A qué llamas buscar espiritualmente? ¿Acaso a realizar un compromiso ético con un grupo humano especial? ¿Tal vez a seguir una serie de pautas ritualistas y dogmáticas que te llevan a una realidad que tu fe insinúa?
¿Acaso no posee una cadencia espiritual el hecho de amar a tu hijos? ¿Es menos importante realizar cada acción con la soltura que la libertad psicológica puede otorgar? ¿Amar y entender respetuosamente a tus semejantes no es seguramente la forma más elevada de amar a Dios?
La palabra “búsqueda espiritual” cataloga y segmenta una realidad interior de la que se apropia la religión. De igual manera que la naturaleza del comportamiento le atañe a la psicología o el de la materia a la química, al parecer existe un entorno experto en la búsqueda de Dios. Mientras que la ciencia intenta mediante el método científico instituir formas de conocimiento precisas, la religión infunde la fe a sus seguidores como creencia base de sus postulados.
El Advaita no posee dogma alguno ni se reviste de rituales. Se sostiene en prácticas sencillas de atención a la cotidianidad que finalmente se decantan en una nueva visión del mundo. Dicha nueva visión otorga una salida coherente y personal a las inquietudes que suelen formularse respecto a lo que solemos llamar búsqueda interior.