Atentos, siempre atentos!!!

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Es muy frecuente escuchar a gran cantidad de estudiantes
referirse a la vida con dolor o cansancio. Al parecer, las experiencias
no gratas se acumulan de tal manera que acaban por vencer el ánimo
y llevarlos a preguntarse qué hacer con su vida. Quisiera tener para
ellos una respuesta satisfactoria que los alejase de la apatía con que
a veces enfrentan la vida, sin embargo, finalmente, después de
analizar cada caso, se suele llegar a una conclusión similar: hay falta
de atención en los actos cotidianos, circunstancia que lleva a que la
vida desemboque siempre en conflicto.
La única y más inteligente opción es estar atentos a cada cosa
que realizamos, a cada acción que planteamos, a cada experiencia
que tenemos. Sinceramente, no veo que la solución al problema de la
vida implique una “búsqueda espiritual”. Una búsqueda espiritual no
evita sufrir, es tan sólo una manera de enfrentar la vida que inclusive
lleva a tantos o más conflictos que cualquiera otra.
Estar atento a cada acto de la vida presupone una presencia
total. No implica, necesariamente, estar atento a la búsqueda de
Dios, proceso cuya dialéctica mental puede ser similar a estudiar
física o desarrollar cualquier arte u oficio. Estar atento es
independiente de cualquier acción que se realice.
La atención es previa al pensamiento, se mantiene mientras
este se realiza, cuando este desaparece, y, finalmente, se sostiene
antes de la aparición de uno nuevo. Atender se sostiene bajo la
simpleza de que, inclusive, es una actividad independiente de la
propia voluntad de “querer estar atento”. Quiérase o no, siempre
estamos atentos. El problema no radica, por tanto, en atender, sino
en la fugaz condición mental de atención que varía de un instante a
otro.
Si cualquier ser humano pudiera mantener la atención a cada
acto de forma sostenida, su forma de ver el mundo cambiaría
totalmente. Inclusive sería participe de nuevas formas de cognición
que desembocarían en la realidad de la percepción No-dual. Una
atención sostenida recurrentemente sobre cualquier evento presencial
de la vida es el acto purificante más bello que existe.
La atención no necesita aparecer y desaparecer con cada
pensamiento. No, no es así. La atención es continua, es el
pensamiento el que nace y muere; por ello, mientras la atención al
acto presente se mantenga ininterrumpida, jamás se experimentará
segmentación en la percepción. ¡Qué hermoso es morir a cada
instante y volver a nacer al siguiente sin que el “yo” note el cambio
que continuamente se realiza!
Cada día alberga innumerables actos a los que debemos
responder. Estar atentos a la simpleza de cualquiera de ellos permite
saltar al siguiente acto sin que los eslabones que conforman la
cadena de la percepción se fracturen. La simpleza de leer, por
ejemplo, va sumada a la de caminar, sentarse, comer y miles de
acciones más y, al operar todo ello sin esfuerzo psicológico, implica
una forma de vida inteligente que redunda en un control de la mente
y de sus funciones superiores.
Estar atento no es algo bueno ni malo, es una actividad más
allá de toda moral, más allá de toda explicación ética. Estar atentos a
cada acto ofrece una viveza sin igual, modela la mente y la catapulta
a formas de cognición que jamás el común de los seres humanos cree
que puedan existir.
“Actuar” tiene límite moral, “sufrir” y “gozar” poseen límite,
pero “atender” no tiene límite alguno. Y de toda atención posible a
cualquier tipo de evento, ninguna más maravillosa que la atención
suprema: aquella que logra aposentarse continuamente en la
atención misma.