La actitud correcta con la que debes enfrentarte a los objetos externos es la del asombro. El asombro te impulsará a estar fuera de los sentidos. Los niños son diestros en el asombro, sus mentes constantemente ven cada cosa como nueva.
También la disposición interior correcta es aquella que induce la novedad. Ver cada cosa como si fuera la primera vez es otra cualidad propia de los infantes. Cualquier película de dibujos animados tiene el don de crear novedad en un niño. Pueden recrearse en ella incontables veces, incluso memorizarán sus diálogos y los reproducirán a la vez que los personajes animados lo hagan.
Nuestra capacidad de asombro como adultos es muy pobre. Recogidos en la mente y agazapados en los recuerdos, pocas veces salimos a ver el mundo con la lucidez que solo el asombro y la novedad proveen.
Devora el mundo como si fuera la última vez que lo vieras. Detecta los detalles de las cosas que observas sin tener que esforzarte por hacerlo. Ve el mundo con la misma precisión con la que buscas un billete de quinientos euros que ha caído de tus manos y vuela a esconderse en algún recodo del camino impulsado por el viento.
Has de saber que si logras situar la atención fuera de los sentidos y permanecer en el asombro y la novedad ante cualquier evento del mundo externo, entonces ocurrirá una magia que solo acontece cuando se está en el presente: la cognición se despersonalizará y el sentido del yo desaparecerá a la vez que realizas la acción. Habrá acción pero no actor, habrá objetos a conocer pero desaparecerá el sujeto que conoce y, sin embargo, se mantendrá la consciencia como atributo independiente del yo.