Sumérgete en la acción de tal modo que tu universo quede encajonado en esa única expectativa momentánea de vida. Impide a tu memoria que cavile y dude. Aprende a observar el mundo que te rodea sin emitir juicios respecto a lo percibido. Tan sólo reacciona, como tu piel lo hace ante la temperatura sudando con el calor o erizándose ante el frío. Permanece siempre atento pero sin esfuerzo de hacerlo. Vive, pero no intentes retener el presente; permítele a cada acto nacer pero tampoco le impidas morir. El mayor don que la vida puede otorgar consiste en actuar sin ser sujeto de acción, en actuar sin quién actúe.
El hecho de actuar como una reacción natural al acontecer del presente impedirá crear lazos entre actor y acción realizada, pues en ese momento no hay agente de la acción. Tal evento, como reacción natural de la acción, no es un proceso voluntario, no requiere de un esfuerzo ni de una disciplina especial; al igual que no requiere esforzarse para lograr el sueño ni requiere voluntad para que tus pulmones actúen respirando, de esa manera tampoco la reacción natural ante el presente requiere de una actitud voluntaria. La voluntad es esencialmente un impulso egoico que lleva a la consecución de una meta establecida. Mientras haya voluntad, la meta que lleva a actuar lleva implícita al gozador de dicha meta. Por esa razón la voluntad o la disciplina no son la causa de la erradicación del “yo” ni del nacimiento de la experiencia No-dual.