El hábito de permanecer largas horas con los sentidos físicos activos lleva a una inercia natural a que sigan siendo intermediarios de la cognición. Durante la práctica interna, no basta cerrar los ojos o intentar no escuchar sonido alguno para que ello suceda. Cuando te sientes a practicar, notarás que la atención se desparrama por los sentidos tal como la lluvia por cada recoveco del suelo. Te sentarás y notarás tu espalda, tus piernas o tus tobillos, sea cual sea la zona muscular débil de tu cuerpo. A la vez que el tacto se advierte, surgirán sonidos de voces, quejas o movimientos de la periferia y de la lejanía. Pero si esto no fuera suficiente, podrás advertir algunos olores del ambiente, lo que llevará a atender un popurrí de variadas sensaciones sensorias que rápidamente aterrizan en la esfera consciente para después despegar a otras diferentes muy rápidamente.
Esta agitación sensoria suele durar apenas unos pocos minutos. La atención, a medida que pasa el tiempo, se dirigirá no a los sentidos sino a otros eventos posibles internos pero, mientras tanto, la sensación de inestabilidad interior que produce una atención difusa es agobiante. Sonidos de pájaros o el ruido de los coches, todo ello unido a las imágenes de sombras y brillos que se agitan cuando la atención se posa en los glóbulos oculares, sumado esto a las sensaciones tactiles, olfativas y gustativas, se convierten en un verdadero circo interior. Pasados algunos minutos, la atención se dirige a otro lugar donde puede deleitarse con mayor gusto: la fantasía y la imaginación.