El Samadhi es la percepción total e ilimitada de la Conciencia, gracias a la cual la No-dualidad se convierte en una realidad empírica.
Todas las grandes tradiciones de la humanidad han promulgado de forma similar la experiencia No-dual. Únicamente las tradiciones vivas hoy en día desarrollan la naturaleza de la experiencia No-dual. Una tradición está viva solamente cuando es capaz de gestar en sus seguidores la experiencia trascendental sobre la cual se construyen sus cimientos filosóficos y religiosos. De no ser así, la tradición simplemente sobrevive similar a un enfermo agonizante o un cadáver que se adora.
Es notable como, cada uno de los sabios que relataron la “experiencia final” en cada tradición la hacen con un trasfondo similar, mostrando de esta manera la universalidad del estado en mención. Todos ellos, sin excepción, denotan la grandeza y la simpleza de su realidad. Existe algo en común en todos los sabios: no hay experimentador, únicamente hay experiencia No-dual.
El Samadhi no viene progresivamente: simplemente aparece, toma al conocedor por asalto. Éste nunca se entera de lo ocurrido, solamente cuando nuevamente la condición egoica emerge, la mente es capaz de notar el aroma de inmensidad de lo acontecido. Cualquier palabra es corta, ninguna define claramente lo que está más allá del vocabulario.
El Samadhi es simplemente un ejercicio continuo que sirve de base a la posterior permanencia en él. Cuando el experimentador del estado No-dual permanece ininterrumpidamente, ha de llamarse entonces Jivanmukta. Su tarea ha culminado. Ahora ya no es parte del universo, el universo es parte de él.
Personajes como los Budhas que forman parte de la tradición budhista, son los iluminados seres que por siempre sirven de faro ante la oscuridad mental de sus fieles. Son ellos quienes han realizado la tarea suma: se han conquistado a sí mismos.
A su vez, maestros vedantines de esta última centuria, como Ramakrishna, Ramana Maharshi o Nisargadata Maharaj, son la mejor prueba del logro humano por la liberación final. A todos ellos, maestros del Ser, les debemos el esforzado aliento de nuestras mentes por procurar la realidad Última.